jueves, 22 de mayo de 2014

El amor y el mercantilismo



Otra vez más, una (ex) alumna ha compartido con nosotros sus pensamientos. Me encanta ver cómo podemos ver el mundo a través de gente joven que hace recobremos la fe en ellos y en lo que harán con él. Espero que os guste tanto como a mí. ¡Todos tuyos Blanca!


La humanidad lleva evolucionando y cambiando desde el momento mismo de la aparición del primer ser humano. Sus ideas, sus creencias y sus ideales se reflejan constantemente en las sociedades que crean, o quizás son las sociedades heredadas de sus antepasados las que deciden cómo actúa, cómo siente, cómo, en definitiva, vive el hombre.
Actualmente, tras giros y traspiés, el ser humano ha creado su sociedad capitalista en la que todo objeto es perceptible de mercadeo. La máxima regla es el intercambio equitativo: siempre que cedemos un bien, esperamos obtener otro de igual valor. Asimismo, este mecanismo socioeconómico demanda un constante consumo por parte de la población y, para conseguir estos objetivos, se ha logrado asociar la diversión con la asimilación de artículos, comida, espectáculos, bebida, libros, música, películas, conocimientos, etc. En esta agonía por conseguir cada vez más y más, todos los objetos materiales y espirituales se intercambian.
El amor, lamentablemente, no parece escapar a este mecanismo de compra-venta. El hombre contemporáneo busca, en el mercado del amor, una persona lo suficientemente buena para que la transacción que se dispone a realizar resulte satisfactoria. Parece que el amor ideal se resume en formar un buen equipo, en conformar una relación bien engrasada, cuyos miembros actúen de forma comprensiva el uno con el otro y mantengan una independencia aceptable.
Sin embargo, es aquí donde todas las nuevas estructuras se derrumban: estos miembros del equipo podrán mantener una convivencia perfecta , se esforzarán por hacer que el otro se sienta mejor y se tratarán con respeto, ¡bien!, pero no llegarán a establecer una relación central, de esencia a esencia, de alma a alma. Se mantendrán en una soledad acompañada que no podrá alcanzar las máximas humanas: sentirse en verdadera unión con un semejante.
El gran reto para el hombre actual es exactamente ese: superar esa enajenación de la verdadera naturaleza humana y de su amor gratuito, que no busca obtener un trato equivalente, que no teme dar más de lo que recibe.  Hay muchos más aspectos que relacionan sociedad y la capacidad de amar del ser humano. Los paralelismos entre el amor y el mercantilismo resultan bastante evidentes y, sin embargo (y tristemente), son asumidos como normales y lógicos, como si de un  dogma para mantener la estabilidad emocional se tratara, sin llegar a advertir los peligros para el desarrollo y para la búsqueda de plenitud humana que esta idea acarrea.
Me gustaría finalizar con una frase de Karl Marx( 1818-18983): Si amas sin despertar amor, esto es, si tu amor, en cuanto amor, no produce amor recíproco, si mediante una exteriorización vital como hombre amante no te conviertes en hombre amado, tu amor es impotente, una desgracia; y expresando mi enorme gratitud a don Luis que me ha brindado la oportunidad de expresar un poquito de mi mundo interior en su increíble blog (del cuál soy una incondicional seguidora jejeje). ¡Gracias!

lunes, 12 de mayo de 2014

¿Es la igualdad algo bueno? (Parte I)

¡Hola compañeros!

Hoy voy a tratar un tema espinoso. Se oye hablar en multitud de ocasiones acerca de la igualdad social y se hace de ello una bandera política para defender las más diversas acciones y opiniones. Lo que queremos tratar de dilucidar hoy es si esta igualdad resulta tan beneficiosa como nos indican y nos venden o si por el contrario debemos ceder a la desigualdad y la injusticia porque el ser humano está completamente corrupto y no hay manera de salvarlo.  

Un aviso: lo que pretendo es derribar unos cuantos mitos y ayudar a clarificar nuestras opiniones, no cambiarlas a machetazos o enfrentarme dialécticamente a hordas enfurecidas. Saber pensar es poner a prueba nuestras creencias más profundas: como sociedad, la de la igualdad es una de las más inveteradas y pertinaces. Vamos a por ello.

Como con todo, al tratar el tema de la igualdad es necesario saber a qué nos estamos refiriendo exactamente, pues no todo el mundo entiende lo mismo acerca de ella, ni lo aplica al mismo ámbito. En términos generales, la igualdad se aplica a objetos cuando son intercambiables sin que exista diferencia ninguna. Decimos que un vestido es igual que otro cuando nos da igual llevarnos ese u otro igual de la tienda.

Es un hecho claro que los seres humanos no somos iguales. Aparte de las obvias diferencias físicas (que espero que nadie intente nunca eliminar) están las no menos obvias diferencias económicas y sociales. Es evidente que los partidarios de la igualdad se refieren sobre todo a estas últimas (aunque empiezan a mirar con mal ojo a las primeras también) y consideran que el germen de todos los males del mundo radican en las profundas desigualdades que se da en el seno de las sociedades humanas. Así pues, todo su empeño y sus esfuerzos se van a dirigir a paliar (o, en su caso, eliminar) estas desigualdades. Sin embargo, esta posición dista mucho de ser clara: analicémosla.

En primer lugar se da una identificación entre igualdad y justicia o, al menos, una correlación totalmente necesaria.





Una imagen que resume perfectamente el pensamiento dominante actualmente: una Mujer Africana con una Balanza con las palabras Justicia e Igualdad

Esta idea es repetida hasta la saciedad en multitud de foros pero nunca es aclarada, y donde un concepto no se aclara anidan las ideologías y los pensamientos radicales. Porque la justicia, para ser completamente justa, ha de tratar a las personas de modo diferente: a nadie le parecería justo que todos debiéramos devolver 1 euro a Pepito porque una sola persona le debe ese euro. Así pues, la desigualdad en los resultados de la justicia es clave para que resulte efectivamente justa.

Pero algunos propondrán: "no me refiero a igualdad tras el veredicto, sino a que todos seamos iguales ante la norma." Pero está claro que no podríamos exigir lo mismo ante la ley a un bebé, a un niño, a un adulto o a un enajenado mental. Resultaría injusto que la misma norma se aplicase por igual a toda la población, debido precisamente a esa disparidad. Cuanta más igualdad se le exige a la justicia tanto más injusta se vuelve. Y al contrario, la justicia es tanto más justa cuanto más tiene en cuenta las diferencias entre los individuos y más trata de dar a cada uno lo que merece, según la definición clásica.

Si esto es así, ¿qué quiere decir eso de que la justicia y la igualdad están inextricablemente unidos? No está del todo claro, antes bien parece una manera de asociar la palabra igualdad con un concepto talismán como es el de justicia, pero sin que haya una verdadera correlación entre ambas. Antes bien, parece que la justicia se apoya en la desigualdad mucho más que en la igualdad, pues lo que intenta precisamente es articular un código de conducta que regule las relaciones entre las diferentes personas. Así pues, la justicia resulta mucho más relevante y presente cuando hay desigualdad que con una pura igualdad.

Esta última afirmación abrirá las carnes de algunos lectores pero tengo que matizar que esa discriminación que la justicia realiza constantemente para poder ser verdaderamente justa atiende únicamente al criterio del merecimiento. Cualquier otro criterio que intente inmiscuirse en el terreno de la justicia (como por ejemplo, el mismo criterio de la igualdad) resulta ajeno y, por lo tanto, injustificado.

Uhm, creo que haber mostrado sobradamente mi posición al respecto. El próximo día nos adentraremos en las procelosas aguas de la igualdad económica. Madre mía. Si es que yo solito me meto en unos jardines... Hasta entonces...



¡Saludos filosóficos!